Historia de la Poesía
La carta usurpada: poesía de pretexto epistolar en el paso de la modernidad a la edad contemporánea.
Florie Krasniqi
Los nombres que la crítica ha dado a distintas periodizaciones son obviamente etiquetas útiles para conocer y sobre todo controlar el conocimiento de un periodo; si estas categorías son útiles, en el caso del estudio de la carta, como en el de otros posicionamientos teóricos, como el del “movimiento oscilante” entre “lo clásico” y “lo barroco” de Eugenio d’Ors, nos parece oportuno considerar el clasicismo en bloque, sin pausa en “lo clásico” en cuanto a estructura epistolar. Sí hay diferencias de estilo; no obstante, lo que nos ocupa es la estructuración y el uso del modo epistolar, y a este respecto hay continuidad entre el siglo XVI y el XVIII, como antesala del periodo romántico. Así, desde el Renacimiento, la poesía se debate entre lo clasicista y lo retoricista, entre un clasicismo perenne (en los siglos XVI y XVIII) y un barroquismo implacable, especialmente difícil de contener en el siglo XVII y sobre todo en el XIX.
La carta como el texto poético es una conversación entre ausentes, con un interlocutor pasivo o activo; y como en poesía, el texto epistolar presenta un efecto de ligereza y sencillez en los casos más típicos de carta clásica, conseguida por un intenso trabajo retórico. Por ello, es obvia la complicidad entre poesía y carta, que comparten a menudo tono, emisor, destinatario, un gusto por la expresión de la subjetividad hacia un tú que espera en la distancia. Así encontramos en cada época pequeños destellos de esta conexión entre poesía y carta, en ocasiones en forma de poemas con forma, título o estructura epistolar.
En Europa, se utilizará el pretexto epitsolar en poesía desde el Renacimiento, con algunos ejemplos muy conocidos como la “Epístola a Arias Montano” de Francisco de Aldana, la “Epístola moral a Fabio” de Andrada, las Epistles de Samuel Daniel o “From the ocean to Cynthia” de Sir Walter Raleigh.
La epistolaridad es por tanto un gesto habitual, un molde inconsciente que invade todos los textos con miras a la segunda persona y, veterana, le presta sus recursos hasta llegar a fundirse con otros géneros. Pero siempre queda una huella que revela su paso por un género dado. El intercambio de piezas poéticas sin duda fue la forma de comunicación más patente entre intelectuales de la época. De hecho, los epistolarios que existen a menudo tratan de la obra poética de sus destinatarios, y acaban prologando las ediciones poéticas de la época. Una carta que podemos considerar como real, dado que su destinatario lo es, que su autor también lo es —no se esconde tras la voz de un narrador ficticio— y que sus contenidos son opiniones que realmente suscribía, es la famosa "Epístola" de Garcilaso de la Vega a Juan Boscán. Este género poético, la “epístola”, fue muy popular entre los poetas renacentistas, como hemos visto.
A partir del siglo XVII, en el corazón del conflicto épico las cartas como salvaconductos narrativos y textuales, y conviven con soldados, enemigos e incluso dragones. La tensión barroca provoca una tendencia constante a expresarse mediante la poesía, género que ganará terreno respecto a la carta en cuanto a la manifestación del yo. Sin embargo, la carta invade la poesía más que en ningún otro siglo, como objeto poético-narrativo, o como marco textual. Es un uso habitual de la época el colocar el cartel “Epístola” o “Carta” delante de las composiciones poéticas, aunque la composición que siga la etiqueta epistolar no respete las marcas textuales epistolares, o acaso solo las alusiones a una segunda persona. Bartolomé Leonardo de Argensola tiene algunos poemas titulados Epístolas, por ejemplo, una carta-poemática a Alonso Ezquerra, de la que habrá respuesta poética, intuimos que ficcional. Vicente Espinel cuenta en su obra poética con la famosa carta-poema “Al marqués de Peñafiel y no es casualidad que la Epístola de Gracilaso a Boscán no se presente en verso libre. De cualquier manera, la carta como marco intencional se adapta perfectamente al verso tradicional: así, la Epístola moral a Fabio de Andrés Fernández de Andrada, de corte ascético en cuanto al contenido, y horaciano en cuanto a la estructura, construida en tercetos encadenados, con constantes alusiones al destinatario, función fática predominante y estilo barroco en la expresión:
Seguidamente, las odas, composiciones poemáticas muy cultivadas en el siglo XVII, tienen sin duda una atmósfera epistolar, desde el título hasta el contenido (y un hábito de referencialidad constante en la segunda persona). Además, proliferan las dedicatorias de los volúmenes publicados, sean de poesía o de ensayo, que muestran la forma epistolar, y a menudo el autor o incluso el editor incluye cartas reales referidas a la obra que editan, a modo de introducción a la lectura. De hecho, es recurrente en poesía la aparición de títulos que aluden a una estructura o una intención epistolar, o bien a un destinatario más o menos explícito como “Al que tiene buena conciencia”, poema anónimo bielorruso barroco.
Por otra parte, la tensión barroca provoca una tendencia constante a expresarse mediante la poesía, género que ganará terreno respecto a la carta en cuanto a la manifestación del yo. Sin embargo, la carta invade la poesía más que en ningún otro siglo, como objeto poético-narrativo, o como marco textual. Es un uso habitual de la época el colocar el cartel “Epístola” o “Carta” delante de las composiciones poéticas, aunque la composición que siga la etiqueta epistolar no respete las marcas textuales epistolares, o acaso solo las alusiones a una segunda persona. Bartolomé Leonardo de Argensola tiene algunos poemas titulados Epístolas, por ejemplo, una carta-poemática a Alonso Ezquerra, de la que habrá respuesta poética, intuimos que ficcional. Vicente Espinel cuenta en su obra poética con la famosa carta-poema “Al marqués de Peñafiel y no es casualidad que la Epístola de Gracilaso a Boscán no se presente en verso libre. De cualquier manera, la carta como marco intencional se adapta perfectamente al verso tradicional: así, la Epístola moral a Fabio de Andrés Fernández de Andrada, de corte ascético en cuanto al contenido, y horaciano en cuanto a la estructura, construida en tercetos encadenados, con constantes alusiones al destinatario, función fática predominante y estilo barroco en la expresión:
En el siglo XVIII, el formato epistolar tampoco ha dejado indiferente la producción poética. De inspiración clásica al más puro estilo ovidiano (Las Heroidas), el poema titulado "Dido sacrificándose", que además empieza con una carta dedicatoria. El uso del motivo epistolar en poesía no se mostrará tan prolífica como en los otros géneros: en cualquier caso, y al contrario que en el periodo barroco, el hombre neoclásico no necesita tanto de la poesía para expresarse, como del tratado o la novela sociológica.
El siglo XVIII produce muchas odas de corte epistolar, como la Oda al ejército prusiano, de Ewald Christian von Kleist, la Oda al atardecer, del prerromántico William Colins, la oda “Al pueblo” del polaco Adam Naruszewicz, las epístolas en verso del también polaco Stanisłav Trembecki o las Epístolas sobre el gusto, poemario rococó sentimental de su compatriota Józef Szymanowski, la poesía comprometida políticamente del ruso Gavrila Románovich Derzhavin y que dirige A los jueces poderosos o Al caudillo y tropa cosaca del Don, esta ya en 1800, de compromiso político, como también lo es la Conversación epistolar de la Emperatriz con Igelström sobre el general Tadeusz Kósciuszko entre otras muchas manifestaciones de las que no vamos a hacer inventario en este momento, o de sátira como la obra anónima Carta a Abuchovič.
Canto a Teresa de Espronceda, que bebe de las formas epistolares desde el título hasta el uso de la segunda persona, las marcas del 'yo' comunicante, etcétera. Podemos afirmar que hay una influencia, pero no que sea consciente: es más, la carta ha vegetado durante tantos siglos en la vida cotidiana de los intelectuales y no a la sombra sino en el corazón de la literatura, que su influencia no puede ser sino un substrato contaminante que invade la textualidad en razón de las innovaciones textuales que su espíritu le ha hecho producir. Por su parte, Alexandre Pope escribió un Poema of Eloisa to Abelard, rescatando el pasado de la Historia de la carta literaria, esta correspondencia medieval, escrita en latín, y cuya primera aparición se produjo en la Collection of Works de Abelardo, impresa en París en 1616.
A medida que la carta afianza su integración en la vida real, afianza su peso en la vida cotidiana porque las cartas ya no solo son misivas desesperadas y clandestinas entre enamorados ni estrategias militares enviadas en la distancia, sino también cartas que refieren cuitas familiares, noticias de la vida diaria, panfletos de la cotidianidad sin aparente interés extracontextual. La carta ya sirve para comunicarlo todo, sean las expresiones de amistad en la ausencia (de herencia clásica), sean las reflexiones elaboradas e intercambiadas por intelectuales. Al tiempo que la carta se convierte en el canal mensajero de la vida, y le devuelve su reflejo en ocasiones poetizado, en cualquier caso textualizado, el formato epistolar pierde interés para la producción literaria.
Recorrer el panorama de la literatura epistolar del XIX puede resultar decepcionante teniendo en cuenta le ebullición y madurez literaria de este siglo. Sin embargo, hay que tener en cuenta dos aspectos: primero, que esta madurez literaria alcanza la literatura epistolar, que si no produce una cantidad destacable de novelas sujetas a este formato o espíritu, sí produce las mejores o más notables novelas epistolares de su Historia; el segundo aspecto a tener en cuenta es que la carta literaria finalmente agotó su horizonte de expectativas: ya no sorprende, ya no sirve a los escritores ansiosos de creación literaria.
En el ámbito de la poesía decimonónica, estrenando la edad contemporánea, encontramos algunos ejemplos destacados, aunque aislados. En primer lugar, los textos publicados como Cartas a Lou, que recoge las cartas de amor con poemas insertos que Guillaume Apollinaire envió a Lou Salomé, o las Cuatro epístolas de Knud el Selandés, del danés Enrique Hertz. Rimbaud también escribió cartas con poemas, y las publicó como Cartas del vidente, dotado de una mirada translúcida: es un claro ejemplo de la manipulación del texto epistolar para la construcción de la propia leyenda en este caso por parte de un poeta y epistológrafo consumado (las cartas que escribió desde su estancia en Etíopía en los últimos años de su vida fueron publicadas como Cartas abisinias). Lamartine escribió un poema carta, relativamente largo: “Lettre à Alphonse Karr, jardinier”. De inspiración epistolar desde el título es el poema “Carta primaveral” del búlgaro Hristo Smírnenski. En Rusia también se pondrá de moda el poema-carta-dedicatoria tanto a personalidades como a allegados, como “A Pushkin” de Wilhelm K. Küchelbecker, “A la extranjera”, “A Rus…” (K. Russ) de Jomiakor, “A los amigos” y “A los amigos en el día de nochevieja” de Venevítinov, “A Chaadáier” poema político de Pushkin (que también se hacía publicar cartas al director en periódicos como El noticiero Moscovita), “A mi patria” de Lermóntov, y “A Gogol” del ucraniano Tarás Hryhórovyč, “A los lituanos, inscritos en mi álbum, para despedirme” de Artëm Veryha-Dareŭski, “A mi madre”, “A mi primer amor” y “A mi hermano” del búlgaro Karavélov, “A las muchachas” oda del esloveno France Prešeren, “A Bulgaria” poema comprometido de Iván Vázov, “Eslovenia al emperador Fernando I” de Janez Bleiweis o “A los enemigos” de Fran Levstik y “Carta Roma” de Konstantin Veličkov, que son también notas de viaje, “A los enemigos” del esloveno Fran Lenstick, “A mi padre” escrito en alemán, del croata Petar Prerardovič, “A los lituanos, inscritos en mi álbum, para despedirme” del bielorruso Artëm Veryha- Dareŭski y, entre otros, “A un pesimista” del búlgaro Pejo Jávorov que, dicho sea como anécdota, era telegrafista, y que vivió cierto rechazo social, acusado por el suicidio de su esposa, lo que le inspira varias cartas de despedida donde lloraba su inocencia.
Se concluye que la literatura eslava es en el siglo XIX una de las más fértiles en cuanto a Literatura autobiográfica. De hecho, componer sus Memorias se convierte en una moda, al igual que los libros de viajes, aunque éstos ya tenían una tradición de varios siglos en esta Literatura.
Además, la composición de Odas –forma poética que hemos ido rastreando tímidamente a lo largo de este trabajo, dada su filiación a veces explícita con ciertas convenciones epistolares —se pone de moda en los países eslavos durante el siglo XIX—
Fiódor Ivánovich Tyutchev escribió una “Epístola de Horacio a Mecenas” —adaptación libre de Horacio...— y se inspiró en la epistolaridad para escribir sus veinticuatro Poemas enviados desde Alemania.
En conclusión, encontramos una presencia constante de la influencia epistolar en el género consolidado de la poesía. El atractivo epistolar ante la poesía, se debe esencialmente al carácter intimista, privado y secreto de la carta, a su situación comunicativa dual, situada siempre desde el anclaje de un yo alternativo de fuerte presencia a través de la escritura y, finalmente, a la conexión entre texto epistolar y filosofía –sea del sujeto escribiente, sea del filósofo social-, que sin duda es materia de la poesía.
El préstamo que la poesía hace a la literatura epistolar, paralelo aunque más directo, a la inspiración que opera la poesía en el epistológrafo, se fija en el siglo XVI y se afianza en el XIX, de modo que este pequeño canon tiene un corpus de textos bien nutrido y ejemplos de mestizaje textual clave para el estudio de la historia de la literatura, y su teoría.
Por ejemplo, Rubén Darío titula una de sus composiciones “Epístola”: un texto dividido en siete poemas de distinta factura y extensión y dirigidos a un destinatario concreto; “madame Lugones”. Termina el poema epistolar de Darío, adaptando más que asimilando, a la poesía el formato epistolar, de forma impresionista aunque eficaz:
VII
Y aquí mi epístola concluye.
Hay un ansia de tiempo que de mi pluma fluye
a veces, como hay veces de enorme economía.
«Si hay, he dicho, señora, alma clara, es la mía».
Mírame transparentemente, con tu marido,
y guárdame lo que tú puedas del olvido.