Alberto Infante
LUZ DE INVIERNO
Se toca a veces con los dedos el mar y sus arenas,
y una muerte brutal e inesperada.
Pero los sueños, ¿quién los toca?
¿Acaso alguien teje con sus hebras mirada y sobrevive?
¡Ah, el claro, frío invierno de las estaciones del año!
Así nos desnudamos, con hacha, con mano, con pupila,
y no hay mar, ni verde isla, ni nubes sobre nuestros campos;
tan sólo una seca y solitaria espera junto a un azul
que no es de luz, de tiempo suspendido,
sino lo que, gota a gota, en transparencia, escapa.
Pero esta tarde me pide el universo mucho más para existir.
Me pide don, ojos en llamas, quebrada hondura en los sentidos.
Me pide tu verdad y sus efectos; su melodía me acuna,
sus dedos me acarician como si fuera un hijo,
sus ausencias otorgan vivificante ardor.
Sí, a veces se tocan esas cosas y pueden con los años
rendir fruto, pues la hora es ésta y está aquí,
la más plena de la tarde, la menos castigada, la más cálida.
Pues si la muerte fuese verdadera y ya no hubiese luego nada
si no solo rendir, y perdurar, y hacer de lo fugaz breve reflejo,
¿cómo serían posibles, dí, esta luz y esta mirada?
(De “La sal de la vida”, Vitruvio, 2004)
NO HAY GODOT EN BECKETT
Que seas irlandés, flacucho y desgarbado,
y salgas de un cine junto al Sena,
y sea el invierno del 38,
y te apuñale un vagabundo,
que sobrevivas,
y vayas luego hasta la cárcel
y preguntes “¿por qué lo hiciste?”
y él, tranquilo, responda “y yo qué sé”,
algo tendrá que ver me digo
con que en el 52 Estragón y Vladimir,
en medio de la nada
hablen, peroren, disparaten,
se crean necesarios
esperen a quien no vendrá,
pues Godot nunca vendrá.
¿Cómo va a venir si sabe bien lo que le espera?
(De “Los poemas de Massachusetts”, Vitruvio, 2010)