Alfredo Pérez Alencart
DOS LIBROS DE ALFREDO PÉREZ ALENCART
· “CRISTO DEL ALMA”. Editorial Verbum Madrid 2007
· “PRONTUARIO DE INFINITO” (“ABRÉGÉ D’INFINI”) Traducción y estudio de Bernardette Hidalgo Bacha, Editorial Verbum, Madrid, 2012.
El autor de ambos libros es, Alfredo Pérez Alencart, peruano y español, poeta, profesor de Derecho del Trabajo de la Universidad de Salamanca, columnista en diferentes medios de comunicación, miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía. Al intentar hacer un acercamiento al libro citado en primer término “Cristo del Alma” se nos hace imprescindible ir de lleno al último tramo denominado “Addenda” que según la Real Academia Española significa “apéndice” pero que en realidad su incorporación es algo así como un instructivo de lectura, un trazo para que el lector siga y se complete el abundamiento sobre el tema desarrollado. En este caso el autor anota debajo (Comentarios e impresiones) dándole a las voces que discurren sobre su obra la importantísima responsabilidad de opinar sobre ese Cristo que dejó entrar en su vida y el que es creación pura de un Dios tri y unipersonal aludido en una Trinidad que va desglosando amorosamente pero también con una pasión exquisita. Este apartado del libro está sostenido por voces de una autoridad en la materia dignas de ser citadas. A los capítulos denominados 1° En el Nombre del Hijo, 2° En el Nombre del Padre y 3° En el Nombre del Espíritu que explícitamente discurren sobre las Tres Personas de la Divinidad y un solo Dios Verdadero, les corresponden en la “Addenda” sus iguales de los cuales son responsables: en el primero Alfonso Ortega Filólogo de Fiburgo de Brisgovia, Alemania; en el segundo Antonio Salvado, poeta de Castelo Branco, Portugal; en el tercero Timoteo Glasscock, Teólogo de Salamanca. Intervienen en comentarios de “Ocupación del Reino”, Juan Simarro Fernández, Filósofo, Madrid y sobre “Adverando la partencia”, Luis Guillermo Alonso, Teólogo y Poeta, Valladolid. Aquí deseamos detenernos para hacer hincapié en el poema absolutamente revolucionario, ese poema en que el “Cristo del alma” escapa de los “… lábaros bordados en triunfal oropel de vencedores…” sino que “Echo en falta otro Dios, débil y tierno, de carne vulnerable con heridas, de alma con heridas, de espíritu con vértigo. / Y más valen sus llagas que el granito del ara, dios y templo”. Tal vez en este poema en que se prcisa a toda costa ese Dios de humildad constante, ese Dios hecho hombre para alegría de los hombres, porque nos es ni más ni menos que el Dios de lo cotidiano, de lo que vive y reina en cada despertad del ser humano, en cada lucha, en todas las miserias, entre los deseos y las ambiciones, entre los muertos de las guerras; ese Dios que es como queremos que sea, nuestro hermano, ni tan alto ni tan lejano en el cielo sino sobre nuestra sangre y carne con su propa sangre y carne, haciéndonos recapacitar en el desapego y en la vida sencilla. Este poema que en otro verso hace referencia directa al título del capítulo “Adverando la partencia” de Pérez Alencart el cual ya vamos a abordar, Alonso le responde uniendo voces que hablan sobre esa testificación de la partida, ese aval, esa confirmación, diciendo “¡Dónde está la partida que lo avala?/ ¡En qué está la estridencia de ese grito? Tú preguntas, Alfredo. Yo aún espero. /Y estamos indagando. Y sabemos.” No hay partida porque Cristo está entre los hombres, su espíritu es materia pura de estos poemas, pero además quien responde espera esa segunda venida del Cristo y estoy hablando de Alonso, un jesuita, hombre de humildad y entrega. También habla de un libro “…que lo edita el fuego/ y se devora /y hace de quien lo coma antorcha viva / ese fuego que enciende otros fuegos…”
Cierra el libro el “Poema final” del propio Pérez Alencart, manuscrito, titulado “Poema Final” que cito: “Dicen que llovía fuego del cielo/ pero eso es no decir la verdad. / Llovía fuego del hombre herido, agoniza clamando cristiandad.”
El fuego remite también al Espíritu Santo que inspira al hombre y lo convida a que otros también compartan su hálito de vida espiritual, pero asimismo a ese otro fuego literal en el que el Cristo volverá y levantará a los justos y se deshará de los impiadosos.
Como remate una cruz sobre una tarima, un caligrama, un poema o cruz hecha de palabras, o bien un nuevo hombre de pie sobre la tierra que invita a entrar a su Reino que en el cuerpo del poema está escrito con minúscula como pequeño es el hombre sin Dios. Dice “Mi voz es de Cristo, grande libertador. Nuevo cielo y tierra nueva por la fuerza de su amor. Entren todos a vivir en su justa revolución. La sangre sigue brotando por la colina de las calaveras. Ocupo el reino, centímetro a centímetro / sin coágulo alguno / sin intermediarios”. Hasta esta instancia es el andamiaje por donde va estructurada la obra. En cuanto a lo escrito por el autor además de haber ya anticipado los capítulos y su títulos debemos de destacar alunas particularidades referentes al minucioso trabajo del poeta. En primer término debemos decir que este libro no podría haber sido escrito sin ser misionero de la palabra de Cristo, pero aún más, sin poner en práctica esa palabra, es decir, transformarla en acción, que es donde ella encuentra la fuerza con que fue impartida. Por ello, al misionar, se lo puede leer a Pérez Alencart diciendo “…No hay que olvidar el hombre es lo sagrado, según mandato del propio Jesús, pues forma parte de los dos mandamientos centrales para todo cristiano. El amar a Dios sobre todas las cosas, y el amar al prójimo como a uno mismo. Por lo tanto, sagrada misión es proteger al hombre, especialmente al más indefenso, al postergado o excluido, al sufriente, al injustamente tratado…” (Tomado de un reportaje escrito por Jacqueline Alencart).