Cesar Cantoni
El Fin Ya Tuvo Lugar. César Cantoni. Ediciones Hespérides. La Plata 2012.
Hay quienes se allegan a la poesía como un acto de indagación interna, como un conjuro, como una revelación. En Cantoni la poesía es esencialmente un estado de desacato. Y es que justamente pensar los poemas como manifiestos cotidianos, como desnudez, como intemperie aquí nomás, a mano, es el atrevido irse de la literatura como corsetería para imponerle al habla una insolencia por lo establecido donde no caben los tropos poéticos. “…Poco me inquieta el yo poético (hace mucho /que las disquisiciones literarias dejaron de enredarme…) Así se declara “outsider” desde el primer poema “Traicioné a mis padres: no acaté su legado/ ni recorrí el camino trazado por su índice. (…) Condenado por todos los discursos,,/sigo escuchando la impenitente voz de la poesía, / su incitación a la desobediencia” y también se ubica en la periferia de las costumbres sociales. Cantoni observa los discursos como estereotipos en los que le disgusta enrolarse. Por ello su modo de decir es franco, analítico de la realidad más dura, nada atenúa su conciencia existencial. “…Soy escéptico a fuerza de entrenamiento (…)/ Descreo de los Libros Sagrados y sus predicciones; / para mí el fin del mundo tuvo lugar en el pasado…”, no es de fácil acceso este escepticismo, no es tampoco una postura; es ese “entrenamiento” del que habla de ir “yendo al fondo de la desventura”. Para Cantoni el deber poético es la intemperie de lo no argumental. Nada ni nadie podrá nunca poner paños fríos sobre la desnudez de la existencia. En el tríptico “Aquí termina el mundo” dedicado a Horacio Castillo, in memoriam a propósito de ir yendo al fondo de todo dice: “Llego aquí por la mañana, bien temprano,/ y voy a buscar mis herramientas. / Mi tarea es cavar un pozo cuy a hondura/ no se mide en pulgadas ni centímetro,/ (…) Cavo sin emoción ni pensamiento algunos.. / El sol, la lluvia, el frío, la ventisca,/ saben que mi tarea no consiente excusas…” “Cavo obstinadamente, cavo sin parar, / cavo y cavo…” “Yo tengo la última palabra / la última palada (…) / Yo guardo la verdad que todos persiguen / y que nadie encuentra…” No es el sepulturero quien habla ya que luego de cada sección introduce una información: “Palabras del sepulturero”, es el poeta el buscador de reliquias, el removedor de sustancias en detritus, quien fondea con testarudez sobre todas las muertes. Convicción que ratifica en “Es así como mueren” en una cita enumeradora de suicidios de poetas. Y aunque Cantoni no cree en los tropos literarios inadvertidamente nos muestra el más flagrante oxímoron: la poesía como lugar de la muerte pero sobrecargada de vida. Cómo pensarla de otro modo si acompaña indefectiblemente el desasosiego, el malestar, las incógnitas, las interrogantes, las pérdidas, la mentira, el dolor. Entender a aquellos que valientemente se dejaron acompañar por la poesía hasta el fondo del pozo. Entender cómo el poeta no deja de ser su propio sepulturero.
Dentro de este escepticismo cabe también una antítesis, la iluminación por la negación “Los que ayer te negaron tres veces / antes de cantar el gallo, / ahora dibujan tu perfil / sobre una lápida” (A Juan Manuel Inchauspe); “La poesía interpela a Dios y a los tiranos, /contradice el mandato social, se declara insumisa e impenitente: los poetas no van al cielo” (Los poetas no van al cielo) y yo agregaría que en el caso de Cantoni los poetas no son iluminados por lo trascendente sino justamente por esa interpelada y por qué no, amada oscuridad.
Aborda con ironía, contrasentidos y humor ácido diversos temas y no escapa a su mirada el amor de casual sustancia.
Finalmente el poeta dice que “el fin ya tuvo lugar, que lo que queda son los detritos de la historia”. En realidad quien esto lee asocia con la tapa del libro (las ruinas del Partenón) y no puede menos que entender que el autor trabaja sobre los restos ya sean humanos, discursivos, filosóficos, poéticos, trabaja en el lugar donde el vacío no puede explicarse, por más que las sociedades insistan en seguir nombrando lo innombrable. ANA RUSSO. 2013