Malena Cirasa
La Barca y Las Moscas. Malena Cirasa 2013. Edición de autor. Rosario
Tener en las manos un libro que en realidad echa por tierra el concepto habitual de ediciones tradicionales, que se ubica entre nosotros con un cuerpo único pero a la vez móvil, maleable, que es un objeto para leer, para admirar, para tener siempre a mano cuando el lector desea acceder a un poema por la imperiosa necesidad de salir de los discursos habituales y asomarse al brocal de la poesía rápidamente, como precisar oxígeno, todo eso es esta recopilación de poemas que conforman un verdadero libro-objeto. Una caja negra, que guarda como toda caja negra un detalle de los vuelos, los trayectos, los sentidos y contrasentidos del paso terrestre y dentro de esa caja negra, en un orden que puede alterarse -porque están sueltas- las hojas doradas de los poemas. Delgadas letras los conforman, pero a pesar de estar impresos con una tipografía fina, además flotan en un papel de oro viejo, que apenas rutila, un papel elegido sutilmente, con delicadeza, porque quien ha imaginado un libro así ha pensado en el mérito del refinamiento, cualidad que no es propia sólo de los elementos tangibles de construcción, sino fundamentalmente de las palabras que Malena Cirasa elige para armar los climas poéticos. Por lo demás, existe también un detalle a gusto del lector, vale decir, acomodar los textos como vayan pulsándole íntimamente, un tanto lúdica la lectura y ofrecida como lo que propone la creación poética, libertad.
La obra está precedida por un epígrafe de Ingmar Bergman que dice: “La temperatura de un amor se puede juzgar solo por la soledad que le precede” y justamente pareciera que ese amor a la poesía como dije antes, está climatizado por la hermosa espera de su advenimiento y por la observación de la debida soledad que se hace imperiosa al acto creativo.
Hay en los poemas una respiración que va proponiendo suavemente momentos críticos, de transición, que se pueden sobrellevar con la asistencia de la palabra, ella va haciendo la huella interna para que luego el poema pueda decir: “se suceden los rostros (…) no caben en los días cifrados /pasarán (…) lo desleal y la condena/desdibujan incandescencias / hasta desaparecer” o en “Cómo nos ven”: “Esos ojos que nos miran/(…) qué provocamos? qué dejamos? /qué parte de nosotros /que se muestra / es la verdadera? Frugalmente impone todo un mundo de incógnitas, un reflejo puntual en que la mirada de otros y su honestidad o el rostro de todos y sus máscaras constituyen un universo interlineado, cotidiano y cuyas claves se respiran demasiadas veces, con dificultad, hace especial hincapié en este tema que no escapa a los más intensos poetas conocidos, la mirada y su modo, que no es más que decir: el alma y su modo de ver y hacerse ver. “(…) No está en la palabra la verdad /está en la mirada. Nuestra identidad tiene sentido cuando consideramos al alteridad, es decir quienes somos desde la mirada del otro. Es ese otro quien nos hace objeto, al que tenemos muy en cuenta y miramos indagando porque somos vistos por él.
Interviene el trayecto la melancolía de los inmigrantes “…mi madre una niña en la baranda. / Ver pasar desde aquí las huellas y los ecos”. La infancia, lo que de ella queda en cada uno, ese rayo perdurable donde se instala el poema que M.C. denomina “Cine” “De la mano de mi padre / entré por vez primera /y Bergman / en blanco y negro / me señaló el camino. (…) Aquellas imágenes / desplegaron universos /imprescindibles piezas de un tablero / que atravesó mi vida (…)” cómo resistirse a los llamados de lo inaugural que nace en el ser cuando el arte hace su fundación en lo sensible, en la infancia todo impacta y siempre hay quien lo procure y lo anime, para Malena es ese padre que ayudó a las más valiosas percepciones de filmes bautismales. Este conjunto de poemas que no se puede llamar libro en sentido acostumbrado, está atravesado por momentos de ensimismamientos enamorados, o de meditaciones sobre algunas penumbras creativas, aconteceres cotidianos tratados con simple acercamiento como en “La gente de mi vereda” “Siempre me gustó / sin conocerla (…) en ellos está la música /como en mi. /Esa vibración secreta /residual”. Tal vez la captación de la pertenencia que como un sonido que une va construyendo el lugar, su calle. Todo el compendio tiene un tono de suave observación, demorada, madurada en silencios, se advierte enseguida que la autora va revelándonos esos instantes de captación que luego entre memoración y puesta en obra consigue dar textos de una extrema armonía, síntesis de su exquisito trabajo se selección de los vocablos justos. Nada suena desentonado, todo es un largo acorde de melancolía y paz, hasta los poemas más fuertes como “La caja” y “El Diario” ejemplos de que cuando aparece por diversos motivos de pérdida esa desgracia aleatoria mella y hace incisiones en los itinerarios. Así entre las fugas de cotidianidades que nos dejan inermes y las listas negras de la delación, la poeta va lanzando la atmósfera pesadamente mansa si se puede definir de ese modo, de lo que por avieso asfixia y por injusto mata. La excelencia en Cirasa es el arte de manejar sin golpes bajos ni estridencias, temas que recuerdan el dolor, pero éste al igual que el amor, la infancia, los viajes, etc. son tratados como dije al comienzo, con un despojamiento donde la emoción controlada da paso a la sustancia intensa e insondable de su valioso decir. Ana Russo, 2013