Antonio Rodríguez Jiménez
LA LLAVE DE LOS SUEÑOS. Antonio Rodríguez Jiménez. Poesía Reunida 1979-2012. Editorial Alhulia. Granada. España.
Periodista, novelista y poeta, Rodríguez Jiménez es licenciado en Filología Hispánica. Su obra ha sido incluida en antologías en italiano y francés; además, ha sido traducido al portugués, croata, árabe e inglés, siendo incluido en numerosas antologías españolas. Ha obtenido, entre otros, el premio “Villa de Aoiz” a un único poema. Es una de las voces más destacadas del movimiento de la Poesía de la Diferencia, autores de las décadas de los 80 y 90.
El tomo La Llave de los Sueños es como ya se adelanta una compilación de su poesía desde 1979 hasta 2012, que incluye dieciseis títulos conteniendo también poemas inéditos Al explorarlo surge de una primera lectura una intertextualidad con autores que han marcado su devenir de poeta. Es así como aparecen la mayoría de las veces a modo de epígrafes nombres tales como Rilke, Verlaine, Baudelaire, Alberti, Shakespeare.
Sumamente frondosa es su obra poética que podríamos atribuirle la palabra –abundancia-. Es tal la calidad y cantidad de los poemas que van abriendo mundos variados, sutiles o densos, frescos como la mirada de los niños (Vértigo de la Infancia), fervorosos de amor (Ofelia), iniciáticos, enigmáticos, míticos (Peces escondidos en la arena). A.R.J es la maestría de lo sustancial en cada uno de sus poemas. Fructífero captador del instante, del gesto, del pasado, todo lo conmueve pero la emoción es cernida, cauta aunque también destella en la habilidad de las imágenes que se suceden dominando la totalidad de la obra. Por momentos onírico, pudiera ser también alucinado, lo deslumbra la vida y por lo tanto la generosa vitalidad conque ofrece sus temas desborda, apasiona. Se siente al leer la exaltación de la palabra, que no es más que la intensidad de sus momentos, de sus lecturas, de sus saberes. Una personalidad poética que no trabaja el estilo despojado al crear, no tiene en cuenta tal circunstancia, por el contrario, lo excede largamente. Hay un vigor que surge sensual, voluptuoso. Una vehemencia delicada de texturas, colores, asociaciones sinestésicas, confluencias de ritmos con pátinas hechas de tiempos pasados o con destellos del presente, escenas y escenarios, lo real y lo imaginario, lo mítico, lo oculto, lo cifrado, todo se acumula en proporciones justas en los textos.
La enorme lucha del hombre por encontrar explicaciones que justifiquen su paso, lo alarma. También la historia que devora, construye, sacude y rompe al hombre queda revelada en el poema “Una exigua figura” que transcribimos a continuación como ejemplo de la preocupación del poeta.
“Los ciclos se renuevan. Nada muere del todo.
Sólo el alma se rompe y renace como el eco
de una lira insistente
en una terraza desde donde el mar se expande
y refleja saltos de delfines y manchas blancas
de olas que hierven en la saldada
plenitud de un cosmos finito.
Mientras un hombre contempla
esa línea invisible que lo hace dichoso,
otro observa la mentira de su propia sombra
inmerso en un final inesperado.
El precipicio huye y se acerca cada día.
Es la tentación de fundirse a la vida
o alejarse de ella con la endulzada
sacudida de la miel en los dedos.
La exigua figura enmarcada es sombría,
infausta, aciaga y refleja su tristeza
en la historia, pero se repite cada tarde
en lo más hondo del hombre.
Es el eco del lapso cubierto de energía
que se desvanece en cualquier instante.”
Con este texto cierra el libro y no es casual que así lo haya decidido. Luego de este recorrido multidireccional de su escritura y de habernos conmovido con la dinámica del conjunto de sus trabajos -que es abarcadora y sostenida- el lector es prácticamente arrojado a este último poema para que perciba claramente la gran preocupación del autor, que ha motivado una de sus novelas pero que no escapa a la creación poética, la eternidad. Él mismo lo dice en una entrevista que se le realizó hace algún tiempo y por lo mismo nos informa: “El tema de la inmortalidad me obsesiona desde hace años”, y quien dice inmortalidad dice también captación del instante como necesidad imperiosa de sojuzgar al tiempo, de obligarlo a que nos piense –si es que éste pudiera hacerlo- como deseantes de esa perpetuidad concedida solamente a Dios o a los dioses. Es por ello que en el final del libro este decirse y decirnos “Nada muere del todo…” hay penuria por la finitud y por lo que la suma de los días desvanece. El poeta lo sabe. El narrador intenta conjurarlo en la novela, y finalmente podemos afirmar que Antonio Rodríguez Jiménez nos advierte que el hombre es escaso, la obra es profusa; el hombre es casi una insignificancia, la obra es pródiga; el hombre es el instante, la obra lo perdurable, eso es lo que lo justifica sobre la tierra. ANA RUSSO. 2013